lunes, 18 de febrero de 2008

Wolfgang Amadeus Mozart: das Genie

En algún momento de la segunda mitad del siglo 18, en algún lugar de Viena (Austria), el violinista y compositor Leopold Mozart le compraba a su hijo un violín para que se entretuviese con él, como si de un juguete se tratara. Una vez en casa, en Salzburgo, Leopold es visitado por dos colegas, Wenzel (músico de la corte) y Schatner, para ensayar una pieza recién compuesta por el primero. El niño pide a su padre que le deje doblar la parte de la que se encargaba Schatner con su nuevo violín y, aunque al principio se opone, Leopold accede a la petición de su hijo al no poder acallar el berrinche, con la condición de que tocara muy bajo para no entorpecer sus ensayos. Sin embargo, la sorpresa de los tres hombres es infinita, cuando escuchan al pequeño frotar el arco sobre las tensas cuerdas del violín. Desde el primer al último compás, la precisión musical de éste es insuperable. El niño del que hablamos no era otro que Wolfgang Amadeus Mozart, quien, ya en sus inicios como músico, mostraba unas aptidudes excepcionales.

Mozart nació el 27 de enero de 1756, en Salzburgo, Austria. Como ya hemos mencionado, su padre era violinista y compositor de profesión, por lo que el entorno de Mozart estaba plagado de estímulos musicales desde su pequeñez, algo que probablemente influyó bastante en su enorme talento para esta arte. Esta cualidad fue rápidamente descubierta por su padre, quien hizo todo lo posible para fomentar la gran capacidad de su hijo y potenciarla al máximo. Por ello, Mozart fue llevado de gira por su padre después de sus primeros años (recorridos a la derecha), para mostrar su talento a la aristocracia de la sociedad contemporánea. La fascinación que despertaba en todo el que lo escuchaba tocar era tal, que pronto personajes importantes de la época le realizaron graves encargos. Así, con doce años, el emperador austriaco le encomendó la tarea de componer una ópera: La finta semplice. El resultado fue tan asombrosamente bueno, que muchos pensaron que había sido compuesta por su padre y no por él. La consecuencia de esto fue que no pudo ser representada.

Pero hechos como el último no consiguieron frenar la ascensión hacia la cúspide profesional de Mozart. El compositor siguió creando obras maestras una tras otra, como si su imaginación fuese una fuente inagotable de inspiración. Mozart no hizo ascos a ningún instrumento. Era capaz de imaginar combinaciones de los sonidos de todos los instrumentos junto con otros. Sin embargo, sí es cierto que dedicó más tiempo al piano, el cual usaba para componer piezas para su propio disfrute y era el que más dominaba. También hay que tener en cuenta que determinados instrumentos, como los de viento, no eran tan perfectos en su época como lo son ahora, por lo que no ofrecían tantas posibilidades. Aun así, Mozart supo sacar lo mejor de ellos en distintas ocasiones como, por ejemplo, en Concierto para clarinete, K. 622 o Concierto para flauta y arpa, K. 299, aunque es cierto que se aprecia menos ambición en tales composiciones que en las que realizaba con su instrumento favorito.

Quizá por rechazos hacia su casi omnipotente capacidad como el antes descrito, Mozart fue el primer músico que, en 1781, decidió crear y vivir por si propia cuenta y riesgo, sin tener ningún mecenas que lo financiase. Aunque fracasó, marcó un precedente y sus seguidores ya no trabajarían a merced de nadie nunca más. Como vemos, hasta en ese aspecto, Wolfgang Amadeus Mozart fue más allá que cualquiera de su época. El genio murió en 1791 en Viena, pero había llegado tan lejos en la música, que aún nadie lo ha alcanzado.

Fuentes:

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