El "cuento de terror" es un género literario que ve su esplendor en los siglos XIX y XX, de la mano de los Hermanos Grimm y Charles Perrault entre otros. Lo que intenta es la suspensión de la credulidad, suscitar al lector miedo de una forma verosímil mediante una mecánica lenta y gradual, en un atmósfera siniestra plagada de hechos paranormales. Su antecedente es la llamada "novela gótica", que floreció a segunda mitad del siglo XVIII y primera del XIX, entre racionalistas y románticos. La gran influencia de los cuentistas de terror provienen del romanticismo alemán, y se destaca entre ellos a autores como Daniel Defoe, Coleridge, los demonios de Goethe y los fantasmas de Shakespeare.
Con Edgar Allan Poe este género alcanza sus cimas más altas alrededor de 1830. En sus cuentos a menudo entendemos como creíbles escenarios plagados de elementos sobrenaturales, castillos marcados por maldiciones, espectros que pululan por las noches y manchas de sangre en la pared. Se le considera inaugurador del "terror psicológico" por su tratamiento de la historia, ya que su interés no residía especialmente en el mero susto, sino en los efectos emocionales. Con Poe, se eliminan los finales felices y las explicaciones racionales. De sus numerosas obras de terror, analizaremos una, La máscara de la Muerte Roja, escrita en 1842, cuyo interpretación y contexto analizaremos en las siguientes líneas.
La máscara de la Muerte Roja
La «Muerte Roja» acechaba los dominios del príncipe Próspero. Esta enfermedad se extendía como la peste, y en poco la región perdió casi a la mitad de sus habitantes. Sus efectos eran mortíferos: primero un dolor agudo, después un súbito desvanecimiento, y por último un abundante sangrar de los poros de la piel, especialmente del rostro.
El feliz y excéntrico príncipe decidió escoger a mil amigos, caballeros y damas, y encerrarlos con él en un castillo abastecido copiosamente, lleno de músicos y bufones para el disfrute de sus invitados. Una vez que todos estaban dentro, tiró la llave al río.
Al quinto o sexto mes de encierro, Próspero realiza un baile de máscaras. Decidió, uno por uno, el vestuario de cada unos de sus invitados, y se trasladaron a una hilera imperial de salones decorados por el propio príncipe, al puro estilo bizarro. Las salas estaban dispuestas de forma que sólo podías ver una a la vez, y cada una de un color diferente, únicamente iluminado por la luz que traspasaba de las ventanas coloreadas. El aposento del extremo oriental, estaba decorado en azul, y los ventanales eran de un azul vivo. El segundo era de color púrpura, con vidrieras eran purpúreas. El tercero, enteramente verde, y verdes sus ventanas. El cuarto, anaranjado, que recibía la luz a través de una ventana anaranjada. El quinto, blanco, y el sexto, violeta. El séptimo salón estaba forrado de terciopelo negro, por paredes y techo. Pero en este último, los ventanales eran de un rojo vivo, del color de la sangre, y tenía un enorme reloj de ébano, que le daban un aspecto tan siniestro que eran pocos los bailarines que se atrevieron a pisarla.
Cuando a la hora, el reloj daba su estrepitoso y musical timbrazo, el mundo parecía pararse: los músicos dejaban de tocar y los bailarines se paraban para escuchar sus campanadas, y una perturbación momentánea sacudía a los presentes, cuyos rostros empalidecían y sus cabezas parecían sumirse en un sueño febril. Al cesar el reloj, una extraña sensación recorría el cuerpo de los invitados, que al poco rato reían nerviosamente por su locura, y juraban no volver a pararse ni a dejarse impresionar por el timbrazo del reloj. Pero no fue así, y cuando el reloj volvió a completar los 60 minutos, los músicos volvieron a acallar, las caras de los bailarines volvieron a palidecer, y sus cabezas volvieron a dar vueltas sumiéndose en un sueño, y una vez terminadas las campanadas salían de su estremecimiento, y volvían a jurarse que la próxima vez no lo harían.
Después, la fiesta continuaba, y los invitados disfrutaban de los grandes lujos que les concedió el príncipe. Pero cada hora, por unos instantes, todo guardaba silencio. A medida que transcurría la noche y el color de las salas oscurecía, no había nadie que osara meterse en la séptima sala, cuyas paredes reflejaban la escarlata de los ventanales.
La diversión alcanzó sus mejores momentos a medianoche, pero fue entonces cuando las campanadas más durarían. Cuando el reloj comenzó su melodía, todos volvieron a inmovilizarse, pero algunos, antes de sumirse en el profundo estado febril, consiguieron divisar una máscara que no habían visto a lo largo de toda la noche. Su vestidura estaba manchada de sangre, y su máscara, que representaba las facciones de un cadáver, también estaban salpicadas de color escarlata. Un murmullo de desaprobación, terror y asco recorrió las salas.
Este personaje alto y extraño recorrió todas las salas, empezando por la azul y dirigiéndose a la última, a la negra. El príncipe, que se encontraba en la sala azul, lleno de ira por aquel personaje cuyo disfraz no había autorizado y cuyas facciones parecían la encarnación de la «Muerte Roja», mandó retenerle y desenmascararle, pero nadie se atrevió. El enmascarado continuaba ininterrumpidamente su marcha hasta la séptima sala.
Avergonzado por su propia cobardía, el príncipe recorrió a paso apresurado las 6 cámaras, llegando ante aquel extraño personaje blandiendo un puñal desenvainado. Pero antes de poder acercarse lo suficiente para atacarle, este se volvió bruscamente, y un grito de dolor recorrió las 7 salas, acompañado del sonido de la daga y de su cuerpo cayendo al suelo.
Un tropel de máscaras corrieron a sujetar y desvelar la identidad del individuo que mató a su príncipe y que permanecía frente al reloj de ébano. Pero al retirarle la máscara desvaneció, y solo quedaron con su sudario en la mano. Era un ente incorpóreo, entonces comprendieron que era la mismísima «Muerte Roja». Y uno por uno fueron cayendo, inundando los suelos con su roja sangre. Cuando el último de ellos murió, el reloj tocó su última campanada, y las llamas que iluminaban las vidrieras se extinguieron, sumiendo en la ruina y en las tinieblas a todo el territorio, bajo el dominio de la «Muerte Roja».
El feliz y excéntrico príncipe decidió escoger a mil amigos, caballeros y damas, y encerrarlos con él en un castillo abastecido copiosamente, lleno de músicos y bufones para el disfrute de sus invitados. Una vez que todos estaban dentro, tiró la llave al río.
Al quinto o sexto mes de encierro, Próspero realiza un baile de máscaras. Decidió, uno por uno, el vestuario de cada unos de sus invitados, y se trasladaron a una hilera imperial de salones decorados por el propio príncipe, al puro estilo bizarro. Las salas estaban dispuestas de forma que sólo podías ver una a la vez, y cada una de un color diferente, únicamente iluminado por la luz que traspasaba de las ventanas coloreadas. El aposento del extremo oriental, estaba decorado en azul, y los ventanales eran de un azul vivo. El segundo era de color púrpura, con vidrieras eran purpúreas. El tercero, enteramente verde, y verdes sus ventanas. El cuarto, anaranjado, que recibía la luz a través de una ventana anaranjada. El quinto, blanco, y el sexto, violeta. El séptimo salón estaba forrado de terciopelo negro, por paredes y techo. Pero en este último, los ventanales eran de un rojo vivo, del color de la sangre, y tenía un enorme reloj de ébano, que le daban un aspecto tan siniestro que eran pocos los bailarines que se atrevieron a pisarla.
Cuando a la hora, el reloj daba su estrepitoso y musical timbrazo, el mundo parecía pararse: los músicos dejaban de tocar y los bailarines se paraban para escuchar sus campanadas, y una perturbación momentánea sacudía a los presentes, cuyos rostros empalidecían y sus cabezas parecían sumirse en un sueño febril. Al cesar el reloj, una extraña sensación recorría el cuerpo de los invitados, que al poco rato reían nerviosamente por su locura, y juraban no volver a pararse ni a dejarse impresionar por el timbrazo del reloj. Pero no fue así, y cuando el reloj volvió a completar los 60 minutos, los músicos volvieron a acallar, las caras de los bailarines volvieron a palidecer, y sus cabezas volvieron a dar vueltas sumiéndose en un sueño, y una vez terminadas las campanadas salían de su estremecimiento, y volvían a jurarse que la próxima vez no lo harían.
Después, la fiesta continuaba, y los invitados disfrutaban de los grandes lujos que les concedió el príncipe. Pero cada hora, por unos instantes, todo guardaba silencio. A medida que transcurría la noche y el color de las salas oscurecía, no había nadie que osara meterse en la séptima sala, cuyas paredes reflejaban la escarlata de los ventanales.
La diversión alcanzó sus mejores momentos a medianoche, pero fue entonces cuando las campanadas más durarían. Cuando el reloj comenzó su melodía, todos volvieron a inmovilizarse, pero algunos, antes de sumirse en el profundo estado febril, consiguieron divisar una máscara que no habían visto a lo largo de toda la noche. Su vestidura estaba manchada de sangre, y su máscara, que representaba las facciones de un cadáver, también estaban salpicadas de color escarlata. Un murmullo de desaprobación, terror y asco recorrió las salas.
Este personaje alto y extraño recorrió todas las salas, empezando por la azul y dirigiéndose a la última, a la negra. El príncipe, que se encontraba en la sala azul, lleno de ira por aquel personaje cuyo disfraz no había autorizado y cuyas facciones parecían la encarnación de la «Muerte Roja», mandó retenerle y desenmascararle, pero nadie se atrevió. El enmascarado continuaba ininterrumpidamente su marcha hasta la séptima sala.
Avergonzado por su propia cobardía, el príncipe recorrió a paso apresurado las 6 cámaras, llegando ante aquel extraño personaje blandiendo un puñal desenvainado. Pero antes de poder acercarse lo suficiente para atacarle, este se volvió bruscamente, y un grito de dolor recorrió las 7 salas, acompañado del sonido de la daga y de su cuerpo cayendo al suelo.
Un tropel de máscaras corrieron a sujetar y desvelar la identidad del individuo que mató a su príncipe y que permanecía frente al reloj de ébano. Pero al retirarle la máscara desvaneció, y solo quedaron con su sudario en la mano. Era un ente incorpóreo, entonces comprendieron que era la mismísima «Muerte Roja». Y uno por uno fueron cayendo, inundando los suelos con su roja sangre. Cuando el último de ellos murió, el reloj tocó su última campanada, y las llamas que iluminaban las vidrieras se extinguieron, sumiendo en la ruina y en las tinieblas a todo el territorio, bajo el dominio de la «Muerte Roja».
Contexto e influencias
Una de las posibles influencias de Poe es la enfermedad que por aquellos años sufría su esposa: la tuberculosis. Esta enfermedad de índole respiratoria es fatal actualmente, pero más aún lo fue en el siglo XIX, cuando todavía no existían remedios ni vacunas. Su transmisión es a través de la boca (hablando, estornudando, etc.), pudiendo infectar entre 10 y 15 personas al año. Sin tratamiento, aparte del contagio, las consecuencias pueden ser graves incluso mortales.
Las epidemias y pandemias más calamitosas del siglo XIX fueron el cólera, la fiebre amarilla y la peste bubónica o negra. La mayoría se dan en condiciones de poca higiene e insalubridad. A raíz de este tema muy real, Poe construye su cuento de ficción. Después de toda una historia plagada de verdaderos exterminios por causas biológicas, no es difícil creer en la «Muerte Roja». Toda una experiencia avala el cuento: las existencia de epidemias fatales que acaban con gran parte de la población, la multitud de enfermedades extrañas, personajes excéntricos como Próspero, el comportamiento de sus invitados, incluso el realismo con el que nos plantea la encarnización de la Muerte Roja en un personaje oscuro.
Actualmente son muchos los relatos y películas que parten de presupuestos reales para construir su ficción, es el actual "terror psicológico", llamado así por el mismo de considerarlo creíble. La máscara de la Muerte Roja es un gran precedente de este género. Películas como 28 semanas después, videojuegos como Resident Evil o libros como Apocalipsis de Stephen King, ven en Edgar Allan Poe su punto de partida.
Hugo N. Santander nos habla de la correspondencia de la obra de Poe con la sociedad actual como una profecía que inspira los temores de la sociedad contemporánea, cuya peor arma de destrucción masiva es de índole biológica.
El cuento dice: "Cuando sus dominios perdieron la mitad de su población, reunió a un millar de amigos fuertes y de corazón alegre, elegidos entre los caballeros y las damas de su corte, y con ellos constituyó un refugio recóndito en una de sus abadías fortificadas." Hugo ve en ello la distinción entre pobres y ricos. Sin poner remedio para los pobres, Próspero decide, como autoridad máxima, "salvar" y rodear de lujos a sus ricos amigos, mientras deja que fuera la enfermedad devaste a quien se pongan por delante, es decir, al pueblo.
El reloj de ébano actuaría en representación del Tiempo, sobre los lujos y sobre la muerte. El tiempo es el que verdaderamente rige la existencia humana, y las sucesivas campanadas del reloj no hace sino marcarnos en final de la historia, con el final del ciclo de reloj.
Sobre el autor
Edgar Allan Poe nació en Boston, Estados Unidos, el 18 de enero de 1809. Sus padres, actores de teatro itinerantes, murieron cuando él todavía era un niño, y fue criado por John Allan (que probablemente fue su padrino) y por su esposa. John era un acaudalado hombre de negocios, y se llevó a Edgar, cuando sólo tenía 6 años, a vivir con ellos a Inglaterra, donde fue internado en un colegio privado.
En 1820 regresa a Estados Unidos donde continúa sus estudios en centros privados, e ingresa en la Universidad de Virginia, que abandonó un año después por su afición a la bebida y al juego. Allan le asignó un puesto como empleado, pero él detestaba ese trabajo y lo dejó al poco tiempo. En 1827 viaja a Boston y publica anónimamente su primer libro, "Tamerlán y otros poemas".
Poco después se alistó en el ejército, en el que permaneció dos años. En 1829 apareció su segundo libro de poemas, "Al Aaraf", y gracias a la ayuda de su padre adoptivo consiguió un cargo en la Academia Militar de West Point, pero a los pocos meses fue expulsado por negligencia en el cumplimiento del deber.
Tras la publicación de su tercer libro, "Poemas" (1831), se trasladó a Baltimore, donde contrajo matrimonio con su joven prima Virginia Clemm, de catorce años de edad. Por esta época entró como redactor en el periódico Southern Baltimore Messenger, y más tarde en varias revistas en Filadelfia y Nueva York. También ganó un concurso son su cuento "Manuscrito encontrado en una botella". Pero la larga enfermedad de su esposa, víctima de la tuberculosis, le sumió en una gran depresión, y poemas como "El cuervo" (1845) reflejan su melancolía y su miedo hacia la muerte, aparte de su gran dominio en el ritmo y la sonoridad del verso.
Desde su matrimonio su producción literaria fue intensa y exitosa, pero la muerte de Virginia en 1847 le agravó su tendencia hacia el alcohol y las drogas, que acabaron provocando su muerte 2 años después, el 7 de octubre de 1849.
Su labor como crítico literario ingenioso y sarcástico le otorgó cierta notoriedad, pero para Poe la máxima expresión literaria era la poesía, y a ella dedicó sus mayores esfuerzos. En "Las campanas" (1849) evoca el constante repique de instrumentos metálicos, "El durmiente" (1831) busca crear un estado de somnolencia y "Lenore" (1831) y "Annabel Lee" (1849) son elegías a la muerte de una hermosa joven. Su obra poética muestra la influencia de poetas ingleses como Milton, Keats, Shelley y Coleridge, y su interés romántico por lo oculto y lo diabólico, al estilo del español Gustavo Adolfo Bécquer.
La necesidad económica le hizo abordar el "beneficioso" género de la prosa. La genialidad y la originalidad de Edgar Allan Poe encuentran quizás su mejor expresión en los cuentos que, para él, son la segunda forma literaria.
Con "Los crímenes de la calle Morgue" (1841) se le ha considerado el fundador del género de la novela de misterio y policíaca. Destacan también en este género "El escarabajo de oro" (1843), "El misterio de Marie Rogêt" (1842-1843) y "La carta robada" (1844).
La obra de Poe influyó notablemente en los simbolistas franceses, en especial en Charles Baudelaire, quien lo dio a conocer en Europa. Muchos de sus cuentos se desarrollan en un ambiente gótico y siniestro, plagado de intervenciones sobrenaturales, y en muchos casos preludian la literatura moderna de terror. Buenos ejemplos de ello son "La caída de la casa Usher" (1839), "Los hechos en el caso del señor Valdemar" (1845), "El gato negro" (1843) y la obra de la que trata este artículo.
Fuentes:
- ALLAN POE, E. The black cat and other stories. Madrid, Longman, 1991.
- http://devilmarquis.deviantart.com/art/THE-MASQUE-OF-THE-RED-DEATH-24057952 el 23. 01. 2008 (19:35)
- http://mike-nash.deviantart.com/art/Prospero-70271263 el 23. 01. 2008 (19:40)
- http://www.newstd.com.ar/Poe,%20Edgar%20Alan/La%20mascara%20de%20la%20muerte%20roja.pdf el 25. 01. 2008 (14:10)
- SANTANDER, H. Poe, la Máscara de la Muerte Roja y su correspondencia con la civilización occidental en http://www.odongarcia.net/print.php?sid=2 el 25. 01. 2008 (14:30)
- http://www.arrakis.es/~cris/mascararoja.htm el 25. 01. 2008 (14:35)
- http://www.biografiasyvidas.com/biografia/p/poe.htm el 25. 01. 2008 (14:37)
- http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2152 el 25. 01. 2008 (14:42)
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